martes, 13 de diciembre de 2011

Correspondencia: Adán Hernández

Todo lo que consiga decir será sólo el antes y el después de un gesto.
PRIMERA PARTE
o de aquel cuerpo fui a aquel cuerpo que sólo era:
Estabas allí, rodeado de aire. Creí verte horas antes, mi cerveza, la
conversación alargada como las sombras de otros cuerpos por la puesta de sol alta del
verano, un movimiento en la esquina del ojo, un amago de verte, casi un saludo, un
espejismo. No eras tú: estabas tan vestida de ti; y yo te quiero más desnudo, cuando toda
la ropa, cuando un alud de nieve no puede ocultar tu desnudez, aunque aún no lo supiera.
Y el tiempo pasa y me preparo para algo grande y ya no soy aquel
que no pudo verte. Ahora soy cada vez más un recipiente y hay algo en mi carne que está
hecho de actitud, y tengo una actitud que es sólo de carne: me preparo y soy un
recipiente. Te espero.
Y estabas allí. Rodeado de aire, haciendo posible el aire, la envidia
del mármol. Darse cuenta que no hay preparación posible. Sólo aceptarte, hecho
presente. Tu cadencia, tu rabia, tu pulso, tu sudor, tu entrega, tu amor concretados en ese
volumen que eres al otro lado de mis ojos, antes tan torpes. Pero, ¿cómo podía pedirles
verte si ahora tú estabas ahí, rodeado de aire y nada podía ocultarte, y antes, alrededor
de mi vista, tan vestida de ti?
...y sé que no quiero morir para caminar al lugar en el que estás...
Y hay bordes y límites, y tú, pequeño cuerpo, macizo y total, lo
sabes y los violas, pero no sabes tanto (igual que yo, qué iluso, que creí estar preparado
para tí), no sabes tanto porque sólo existes, aquí, ya, y por siempre en mi recuerdo, que
es solamente un capricho de mi corazón cuando late de forma más amplia y se toma más
tiempo y más espacio para empujar la sagre otra vez adelante, otra vez hacia la vida, otra
vez hacia ti, hacia el lugar en el que estás.
Tú no sabes, dibujado más allá de mi imaginación, que no sabes.
Que te vestirás tarde o temprano de ella, cuando hayas dejado de ser, esperando durante
días o semanas desnudarte de nuevo, esperando el alud impotente de los ojos de los
demás, ¿qué son los demás si tú fabricas tu propio tiempo para serte?, esperando otra
vez ese tiempo real donde a nadie, ni a ella, la de la esquina de mis ojos, tan vestida,
perteneces.
Tú no sabes. Eres. Y siendo, carne, movimiento y voluntad, fabricas
tu tiempo y con él el aire que los ojos que te visten mirándote respiramos. Hermoso trozo
de vida. Te dije que hay límites. Y tú lo sabes y los violas, pero no sabes. Es ella la que
sabrá después, la que te moverá la mano para colocarte el pelo tras la oreja, estirarte la
sonrisa, ella, y explicar sin ser capaz, a través de tu voz, cansada, cómo, qué eres, sin
conseguirlo, sin saberlo, ella, tan vestida, tan lejos de ti como yo, que quiero abrazarte
como se abraza un árbol bajo la lluvia.
Ella, tan vestida, explicará tus golpes, tus extremos, tus caídas, tu
dolor. Será capaz de explicar tu mirada. Lo hará triste porque hay límites, y ella, tan
vestida, sabe que no eres explicable, que tú sólo eres, que lo hace sólo para que las
preguntas de los ojos de los demás cesen, para que su nieve no hiele tanto, y creyendo
haber sido satisfechas, callen. Tu calor necesita silencio. Y ella, tan vestida.
Yo recorro tus límites. No los que ella, tan vestida, explicará
después, no tu atrevimiento, tu arrebato, tu velocidad, tu precisión y tu duda, sino los
otros. Los límites que miro ahora de frente, sin que nadie pueda verme, donde sólo tú y yo
podríamos encontrarnos, no ella, tan vestida, ni aquel, tan vestido que creyó verla por la
esquina del ojo. Ellos no. tú y yo. Te miro y soy.
No cabes en mí, y me dueles. Un árbol bajo la lluvia.
Y miro los límites donde sigues siendo pero cómo. Te retuerces. Y
eres tanto en tu pecho, eres todo el aire que sale de ti. En la sombra que recorre tu cara y
sin que lo sepas entra en tu boca. Eres en los bordes de ti. Te agarras con los dedos y
eres en la distancia entre cada uno. Eres electricidad en cada uno de los temblores de tus
piernas, sosteniéndote, quietas, nunca inmóviles. Solamente eres.
Y yo te diré tanta nada como otro más. y yo, que he sido contigo, a
solas, dejo de respirar el aire que fabricas. Me visto tan despacio, me humillo tan despacio
a ese otro tiempo tonto, que se puede contar, sin ti. Y yo me camuflo de ese que dudaba,
que creyó verte, sin saber qué era ver. Y le diré a mis pasos que me acerquen a ti, que
aún eres tú, descomponiéndote, casi aún tu imagen, pero ya no, hablando con tantos
nadies, tratando de volver aunque no quieras, porque a ese otro tiempo en el que los
demás te felicitan y saludan no se va, se vueve arrastrado.
Así que le diré, vestido de aquel, que lo haga rápido, que te busque
antes de que te pierdas vestido de ella, que recuerde la lluvia y el bosque talado: que se
de prisa. Y mi corazón le dirá a mi voz, tan vestida, que diga algo que tú puedas recordar
mañana, cuando ahora mismo no estás aquí, ni eres tú del todo, sino cada vez más ella.
Y entonces el borrón: ni tú ni yo. El encuentro, la mirada, casi por un momento juntos,
pero no, el parpadeo, la sonrisa, las palabras que se deben repetir porque no se
entienden ni se expresan bien, pero ¿cómo podría ser de otro modo, si tú y yo no
hablamos ese idioma, no queremos dejar de ser? Y nos prestamos a la farsa, y comienza
el teatro de los adjetivos, las exclamaciones y los nombres, tanto olvido. Y cuatro besos
de escarcha que ellos, tan vestidos, nos dan, caen al suelo desde nuestros pómulos para
derretirse arrastrados por la brisa que vuelve a correr desde que tu calor ha entrado en el
cofre de tu pecho, donde suele agazaparse, y tú, tan vestida, sólo una pequeña parte de
él.
...pero ese otro tiempo para la eternidad de tus ojos y los míos...
...y sé que no quiero morir para sólo caminar al lugar en el que estás...

No hay comentarios:

Publicar un comentario